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Goya 2009: Análisis post-resaca


Que no, hombre, que no. Que pasan los años y no aprendéis. Una gala de premios no puede ser ese ejercicio esperpéntico, patético, pantagruélico y surrealista que vimos –o más bien vieron, los que aguantaron- hace un par de días en televisión. Los Oscar triunfan porque son premios llenos de buen rollo, positivos, que tardan meses en prepararse y que intentan sorprender al espectador en cada momento para que no se duerma. Lo de los Goya parecía más una gala montada en un par de minutos con los amiguetes del barrio, esos tan ingeniosos que hacen chistes tan graciosos. Algo malo pasa con tu super-gala-del-cine-español-de-la-hostia cuando Nacho Vigalondo tiene que explicar dónde está el chiste en la tarjetita que acaba de leer o cuando Joaquín Reyes vestido de Mr. Fantástico arranca más carcajadas que los supuestos gags de Carmen Machi y Benicio del Toro. Entendería que Machi se pasara al drama después de verlos: Los aficionados al humor lloramos como nunca.

Sobre el tema discursos, mejor ni hablar. Todos sabemos lo que tocaba, y no crean que los directores, actores y compañía se iban a callar las cosas: Todo va muy mal, la gente piratea mucho y no tiene nada que ver con que hagamos malas películas o que el carisma de los actores españoles hoy por hoy esté en zona glacial. Uy, qué va. Si la gente prefiere ver a Will Smith antes que a Diego Luna es porque son unos antipatriotas, no porque el cine americano levante, en general, más expectación que el español. Por supuesto, la culpa tampoco es de que las entradas estén cada vez más altas y de que los cines de las ciudades cierren para que se abran multicines de tropecientas salas y media en las afueras a los que da pereza ir. No, claro que no. La culpa es TUYA, -¡oh, sagaz espectador!- que prefieres bajarte las películas españolas en vez de ir a verlas al cine. Y si no es verdad, no importa. ¿O es que quieres dejar sin trabajo a gente como Agustín Díaz-Yanes?

 

Joaquín Reyes estuvo “fantástico”. Eh, no me miren así, la Cinemanía pone pies de foto aún más obvios.

Sinceramente, me jugaría un brazo a que el 98% de los piratillas informáticos no se han bajado una película española en la vida. Como mucho, Torrente 3. No veo a nadie nervioso porque Tiro en la cabeza y Los girasoles ciegos ya están al 99% en su cola del eMule. Ojalá fuera así, porque al menos el cine español despertaría un cierto interés en el gran público, significaría que alguien ha realizado un intento por hacer algo diferente a lo que estamos acostumbrados (consistente en: a) Película sobre el despertar adolescente en plena guerra civil y/o mediados del franquismo y b) Comedia romántica sin pretensiones ni interés alguno en la que Guillermo Toledo hace un papel que no se cree ni él) y quizá existieran directores que no se echaran atrás a la hora de llevar sus guiones a una productora por miedo al rechazo. Igual así, los cuatro retrasados de siempre dejarían de llamarles “titiriteros” y todo (por cierto, esa gente parece no darse cuenta que tras los cuatro “titiriteros” delante de las cámaras hay decenas de miles de personas cuyo bocata de choped diario depende de que la gente vaya o no a ver la película de turno o de que el gobierno destine dinero al arte o no).

Pero las nominaciones de este año ya fueron un fracaso, así que, sinceramente, ¿qué podíamos esperar de los premios? Vale, sí, hubo sorpresas y dentro de lo malo se premió la calidad (¿Cómo nos sentiríamos con un palmarés en el que estuvieran medianías como Solo quiero caminar o Los crímenes de Oxford en la parte de arriba?). Camino arrasó en todo lo que TENÍA que arrasar (película, director, actriz, actriz revelación –esta gala sin Nerea Camacho hubiera sido, directamente, un tongo absoluto-, guión original) e incluso en lo que no tenía por qué pero tampoco estuvo de más (actor secundario para un Jordi Dauder que, si bien no molestaba, tampoco destacaba en el filme tanto como Mariano Venancio. No, nunca les perdonaré) y el resto de los filmes se repartieron las migajas. Me parece justo en unas nominaciones en las que sobraba cine –supuestamente- serio por los cuatro costados y faltaba algo de irresponsabilidad.

Dos momentos de la gala: Nerea Camacho demostrando el futuro que le queda por delante y el Goya roto. Menuda metáfora tuvimos ahí, amigos.

3 días se llevó el único Goya por el que competía, Mejor sonido, gracias al cual todos sus defensores subimos la cabeza bien alto, creyendo que el premio, en realidad, era un reconocimiento a la película y no a la labor de sonido que no era especialmente encomiable. Por su parte, Los crímenes de Oxford se llevó un Goya merecido (Roque Baños, sin duda el músico cinematográfico español más conocido del mundo) y otros dos dudosos: Montaje (¿es que solo yo vi que fue una de las grandes taras del filme, eliminando cualquier resquicio de emoción?) y diseño de producción (el típico Goya que se da sin saber muy bien por qué). Por su parte, El truco del manco, que ha pasado sin pena ni gloria por las carteleras españolas, hizo pleno. Tres de tres. Mientras que El Langui, cantante de La excepción y discapacitado (¡Fíjense cómo aplaudían todos! ¡Qué tolerantes!) se llevó el Goya a mejor actor revelación –gracias a dios, el inútil de Alvaro Cervantes se quedó sin su Goya, al igual que El juego del ahorcado en sí- y canción original –que, personalmente, me parece excretable, pero estamos en España-, Santiago A. Zannou se llevó el Goya a director novel en un momento que a muchos nos hizo reír más que toda la gala en sí.

Pobre Vigalondo. Ni corto, ni director, ni nada. De verdad, lo de este pobre señor con los Goya empieza a oler muy fuerte y muy mal. ¿Realmente no se merecía Los cronocrímenes ningún premio o es que consideran que el remake ya es suficiente premio de por sí? Si es así, tenemos una vergüenza de Academia de Cine, tan cerrada de miras que no saben ver el nivelazo que tienen delante de sus narices. Finalmente, los Goya que todos nos esperábamos salieron a la luz en momentos tan previsibles como poco emocionantes (de hecho, estoy seguro de que muchos periódicos ya tenían preparado el titular “Penélope gana el Goya y ahora va a por el Oscar” semanas antes de la gala en sí). Ya saben: La sosainas de Pé llevándose otro inmerecido premio, Benicio del Toro sin saber muy bien qué hace llevándose un premio dedicado a un actor español, Rafael Azcona y su premio póstumo por Los girasoles ciegos (si no hubiera sido así, yo mismo hubiera ido a la Academia con una antorcha llena de dignidad y respeto y hubiera sido feliz viendo arder al personal) y un par de premios técnicos a Mortadelo y Filemón 2 (dios sabe por qué, si hasta eso era malo), Solo quiero caminar (por aparentar y como consolación) y uno para El greco (que ni se ha estrenado en cines, me parece, pero en fin. Así semos en el cine español).

Total, una gala que ya habíamos olvidado antes de haber empezado. Para el recuerdo, los cuatro deliciosos sketches de Muchachada Nuí, que vinieron a demostrar la tesis contraria a la que intentaron meternos a la fuerza este año: La innovación, la originalidad, el saber hacer y la seriedad por hacer un buen trabajo no están reñidos con los premios ni con el público. Si el cine español arriesgara un poquito, quizá el año que viene podamos levantar la cabeza sonrientes y decir “Sí, por fin lo hemos logrado”. Hasta entonces, el cine español seguirá siendo un feudo de quejicas, desconocedores de las nuevas fórmulas para vender, anclados en las historias de la posguerra y llorones sin causas perdidas.

Por mucha Carmen Machi que intente salvar la papeleta.