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Jan 16 |
[PREESTRENO] La semilla del mal: Y Randy se fue de la sala.Tengo dos simples mandamientos a la hora de ir a ver la película. Dos mandamientos que he cumplido durante 24 años y que nunca antes había pensado siquiera en dejar de hacer: El primero es el de intentar ponerme siempre en la última fila, bien centrado. Si no se puede o la persona con la que vas es una terca, pues bueno, se hace un esfuerzo, pero lo mejor en esta vida es disfrutar de una película en verano, con el aire acondicionado pegándote en la cara y jodiendo la existencia a las parejas deseosas de ponerse en última fila para, em, intimar. Llamémoslo así mejor. El segundo, mucho más simple, es el de no salirme nunca de la sala por mala que sea la película en sí. He aguantado Carrie 2, Spiceworld, películas en las que notaba cómo mi tiempo iba pasando, cómo me iba haciendo viejo. Pese a todo, he aguantado duramente durante 24 años. He soportado huracanes, mareas, tormentas perfectas, valhallas y armagedones. Maldita sea, hasta aguanté los bodrios del festival de San Sebastián de hace cinco años sin decir ni mú. Y, el otro día, sin comerlo ni beberlo, incumplí mi mandamiento en medio del pase de prensa de La semilla del mal. Sí, lo sé: Es indigno, una falta de respeto hacia la película y hacia la productora que nos invitó, pero el filme se me antoja lo más pesado, repetitivo y casposo que he visto en muchísimo tiempo. Y ya es decir. A destacar en el cartel: El “Ya” separado del resto del eslogan, la tipa gritando bajo un montón de agua que, oh casualidad, le moja por completo… Toda una joya. Algún día se estudiará para que nadie repita una cosa así. Ver La semilla del mal es como ver un video de Youtube de supuestos fantasmas (ya sabéis: Un grupo de amigotes va por el bosque, sale una luz, todos se asustan, a lo lejos ven un niño y ya no se ve más) una y otra vez durante horas. Así de claro. Y es que no se puede intentar realizar una película que sea un clímax constante. Sin inicio ni nudo, La semilla del mal empieza directamente al final del segundo acto, y a partir de ahí empieza a liar la cosa para que parezca que no, que es un filme perfectamente bien estructurado. Dudo que engañen a nadie: El filme es una repetición de pastiches típicos del terror japonés americanizado colocados uno detrás de otro. De hecho ni siquiera es una repetición de pastiches. Es la repetición de UN pastiche: El puto niño de cara lánguida, pelo largo y mirada triste. Me explico: En la primera escena, nuestra protagonista hace footing por un camino desierto cuando de pronto se encuentra… ¡Con un niño muerto de mirada lánguida acompañado de un sobresalto musical! ¡Y el niño se convierte en un perro que le lleva hasta una lápida! Guao, qué metáfora tan bien llevada. Bergman se revuelve en su tumba. Nuestra protagonista, ya en la segunda escena, está charlando con su amiguita del alma haciendo de niñera a sus veintimuchos añazos cuando escucha algo por el walkie talkie que vigila a los chavales: El niño mayor murmurando, atención, “¿Sabes? Algunas personas son espejos que se interponen en la realidad y dejan que un submundo pase por ellos”. O similar. Palabras que, por supuesto, hacen que el niño nos resulte raro desde el primer momento. Por si fuera poco raro, el chaval está haciendo que su hermano pequeño mire un cristal fíjamente. Temblad todos. Un cristal. Ensayos en la academia de OT A partir de este momento, la trama es la siguiente: La protagonista va a un lugar con un personaje secundario que a nadie le importa (su novio, su amiga, su primo, un termo de café que tiene más carisma que ella)-Habla sobre sus paranoias con el niño muerto (ya sabéis, “tengo que contarte algo: Veo cosas…cosas que no parecen reales”)-Ve al niño a lo lejos con cara lánguida esté donde esté (en mitad de la calle, dentro del armario del baño, viendo la tele…). Y ya está. Media hora de la chica en cuestión viendo al niño de las narices. Media hora acompañada de un continuo incremento del volumen musical en cuanto aparece el criajo. Media hora de los sustos más primitivamente toscos que he tenido oportunidad de ver en esta vida. Y es que es posible que la aparición del niño te de miedo si espacias sus apariciones en la película, pero cuando aparece en TODAS las escenas, es difícil entrar en la película. Vamos, que lo raro es que la protagonista no se lo lleve de cañas. Coño, si sale más que su novio. Por supuesto, llega el momento de pedir explicaciones: ¿Por qué veo al niño? ¿Qué significado tiene todo esto? ¿Podemos irnos ya a poner a parir la película? Y, creedme, las soluciones son propias de la peor película de serie Z de la historia. Atención: [enemigos de los spoilers: Si por alguna razón pretendíais ver esta cosa, no sigais leyendo. Si el interés os puede, os he avisado] El niño es un gemelo que tuvo nuestra protagonista y que apenas vivió unos meses pero que está pidiendo volver a nacer. Lo que viene siendo llamado un dybbuk (eh, a mi no me mireis, es lo que pone en el libreto de prensa). ¡Toma ya! Pero la cosa no acaba aquí: El hecho de que aparezca tiene, por alguna razón, que ver con el exterminio nazi, por lo que van a ver a una superviviente que les echa a patadas. Este fue el momento en el que decidí coger mi abrigo e irme a casa. Sintiéndolo en el alma por la gente de Universal, si pretendían que todos nos quedáramos sentados aguantando que las explicaciones de ver fantasmas tengan que ver con los nazis y con hermanos que murieron, me temo que estaban tajantemente equivocados: Nunca antes había sentido que me tomaban el pelo deliberadamente de una manera tan descarada. Si tiene que ver con nazis, Hansi aprueba La semilla del mal ¿Sabéis lo que es sentir cómo tus neuronas explotan una a una dentro de tu cerebro? Pues eso lo que sentí viendo La semilla del mal. Gracias a dios no me quedé, porque por lo visto después había bichos cubriendo a la protagonista y, atención, un exorcismo copiado plano por plano de la película que todos sabemos… pero incluyendo un perro al que la cabeza se le vuelve del revés. Toda una película digna de ser proyectada a los presos de Guantánamo, vaya. Seria candidata a la peor película de 2009, si es que aun no ha ganado el premio directamente. Quizá os estéis preguntando a estas alturas quién ha sido el autor de semejante lindeza, y no me extraña: Quemarle su mansión sería poca venganza por habernos regalado la trama de la Alemania nazi creando dybbuks. Chicos, ya podéis cargar contra David S. Goyer sin miedo: Él ha guionizado y dirigido este atentado contra el buen gusto. Y fíjate que es raro que el director de Blade: Trinity (la decadencia final del vampiro) y Lo que no se ve (buen título para un filme que, efectivamente, nadie vio) realice una mala película, pero, para sorpresa de todos, así ha sido. Lo que ya extraña un poco más es saber que el tipo de los fantasmitas es también el guionista de Batman begins, Dark city y Blade. ¿Tres golpes de suerte? Lo comprobaremos en X-men: Magneto, que también dirigirá, y Flash, que supongo que ahora empezará a ver niños muertos en la acera de enfrente una y otra vez. Pero todo esto tampoco habría sido posible sin la producción fabulosa de Michael Bay, que logró insuflarle aun menos interés a una trama que ya de por sí era desastrosa. ¡Bravo, Michael! ¡Continúa el legado de Pearl harbour! Para el reparto, el colega Goyer ha escogido para el papel protagonista a Odette Yustman, conocida como “nuestra sobrina la actriz” en las reuniones familiares. Más concretamente, ha actuado en series del calibre de Monk o October road y en películas como Monstruoso, Un timador con alas, The holiday, Transformers o Poli de guardería (sí, era la niña). Obviamente no solo no aguanta bien el papel de protagonista (su cara de “¡Oh, un misterio!” es para enmarcar), sino que además se le nota demasiado que aun le falta muchísimo camino por recorrer. Como para tapar su horrenda actuación, Odette es secundada por Gary Oldman, que parece más perdido que un vegetariano en un matadero, y por un puñado de desconocidos de los que no merece la pena mentar ni el nombre. En definitiva: Una película que, de tanto querer asustar, produce risa, desconcierto y, ante todo, una pregunta general: “¿Qué demonios estamos haciendo aquí sentados si lo que queremos es marcharnos?”. La solución es obvia, amigos: Romper con 24 años de tradición. Ha merecido la pena. Estrellitas: 0. Me niego. |