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[PREESTRENO] El juego del ahorcado: Y Clara Lago se desnudó en una película horrenda


“Tengo dieciocho años. Soy mayor de edad. Puedo hacer lo que quiera. No tengo que dar explicaciones a nadie de lo que quiero.

Quiero a tu hija”. Esta frase, pronunciada en una buena película, por un buen actor en una situación límite y entre lágrimas, quizá lograra el beneplácito de una pequeña parte del público. El problema es que la encontramos en El juego del ahorcado, pronunciada por el peor actor novel español de los últimos años en mitad de una cena familiar ante el estupor de los padres, la hija en cuestión y la platea, que se pregunta qué demonios hace viendo una película así y cómo han llegado a ese punto exactamente. Pero ojalá esta fuera la peor parte de El juego del ahorcado. https://www.acheterviagrafr24.com/vente-viagra/ Ojalá. Se trata de una película que no quiere –ni sabe- contar nada, que tiene varias tramas tan diluídas que hemos olvidado cuál es la principal, con unos actores que parecen sacados de la academia de teatro más chusquera del estado. Vamos, que pasará a la historia como “la cosa esa en la que Clara Lago se despelotaba por primera vez”. Porque sí, despelotes los hay a go-go. Y el primero incluso tiene sentido dramático. Los otros treinta son carne de pajilleros. ¡Diablos, si es que parece que han engañado a la muchacha para pasarse media película en pelota picada! Pero en fin, luego ahondaremos en el tema. De momento, solo puedo daros la bienvenida a una película española en la peor tradición de las películas españolas (esas que dan la razón a los retrógradas que dicen “El cine español es una mierda y solo salen tetas sin necesidad de argumento”), con la misma emoción que leer un prospecto de champú, pero, definitivamente, con una trama bastante peor. Bienvenidos al cine del mañana. Bienvenidos a El juego del ahorcado.

Sandra y David se conocen desde pequeñitos, y han sido amigos toda la vida. Estamos en 1990 (por eso las noticias las presenta una Francine Gálvez pobremente doblada por ella misma), y los muchachos están ya en la edad del pavo. Ella es una estudiosa y responsable muchacha y él un motero macarra con gafas de sol (que va por la carretera con Born to be wild sonando de fondo, lo que, probablemente, hizo gastar tanto presupuesto del filme que se olvidaron de hacer una buena adaptación de la novela). Pero, aunque parezca imposible, no se han liado aun (más que nada porque en la vida real estarían a mil metros de distancia como mínimo). En estas que Sandra va por la calle y un tipo la secuestra y la viola. Ella, en venganza, le mata. ¡Oh, qué emoción! ¡Qué trauma tendrá a partir de ahora! …¿Verdad?… Pues no, oigan. Le dice a David que ha sido violada y ha matado a un hombre, él va a la fábrica a rematarle y, después, sin preocuparse porque un tipo le haya desvirgado, se tira a David como si nada. Y de la violación y sus traumas nunca más se supo. David y ella empiezan una relación que, sin demasiado motivo, termina tornándose obsesión. ¿Queréis que os cuente el final? Uy, no, con lo emocionante que es. ¿Terminará recordando Sandra sus traumas, o, al menos, tendrá alguno? ¿Encontrarán el cadáver del violador? ¿Había alguna manera menos vergonzosa de hacer que Clara Lago enseñara el pecho? Habrá que ver la película para ello. O no.

¿Qué? ¿Que si Clara Lago enseña las tetas en la película? ¿Cómo lo has adivinado?

No sé por dónde empezar a contar los problemas de El juego del ahorcado, ya que son numerosos y peligrosamente aberrantes. En primer lugar, supongo que deberíamos hablar de las tramas, y es que hay un grave problema en un filme cuando hay cuatro tramas abiertas y ninguna de ellas llega a interesar nunca al espectador. La primera, la historia de la violación. Vale, reconozco que el momento en que Clara Lago es violada es impactante. Mal rodado, con una actuación pésima por parte de la actriz, pero impactante. A partir de ahí, la trama cae en el ridículo más absoluto, y es que nadie puede comprender por qué Sandra ni sufre, ni padece (vale, el día tras la violación no va al colegio y llora en su cama. Ah, sí, y se pierde un par de clases sobre sexo en su instituto. Guau, qué trauma. Ponme cuatro de esos si algún día me violan) y, sobre todo, por qué cree a David a pies juntillas. “Si encuentran el cadáver, irás a la cárcel” es el argumento para no ir a la policía y dura durante toda la puñetera película. ¿A nadie se le ocurre decir “No hay ninguna prueba que me incrimine” o “Era en defensa propia”? ¿En serio? ¿No es tan lista Sandra? Manda cojones. La segunda, la relación entre Sandra y David, tan interesante como la del Jony y la Yeni de tu barrio. Esa que os conmovió a todos tanto cuando ella se quedó preñada con quince añitos. Básicamente, después de ser violada, Sandra siente de pronto una atracción irrefrenable hacia su compañero de la infancia y no solo le besa, no. El mismo día se lo tira varias veces y, a partir de ese momento, tienen sexo sin parar. ¿Para qué vamos a dejar que el espectador lo de por hecho si podemos mostrar cientos de planos de la parejita copulando a cámara lenta? ¡Ni que la gente ya supiera lo que es el sexo! De pronto, cuando al guionista le conviene, David se vuelve un celoso y Sandra quiere estar lejos de él (¡No busquéis un motivo! ¡No lo hay!), deja de tener ganas de sexo y él decide que la mejor idea de recuperarla es amenazándola con un cuchillo en plena cena familiar. Ahí, chico. Se nota que sabes de amor. Voy a despertar a mi novia con una guadaña, a ver si me da sexo matutino.

La tercera trama cae en el ridículo más absoluto –sí, más aun- y tiene que ver con un personaje que se introduce en la película en la primera media hora, no hace absolutamente nada más que rellenar hueco (no es ni confidente de Sandra, ni dice nada relevante) y sale cuando ya nadie le necesita: Olga, la amiga lesbiana de Sandra, cuyo mayor rasgo de personalidad es… er… ser lesbiana, y que está en la película para mostrar lo superliberal que es Sandra. Jo, tía, estamos en 1990 y aceptas a las lesbianas. Eres la leche, tía. Uau. Cuando la película empieza a alargarse más que un chicle de céntimo, David dice “Olga está saliendo con una chica” y se olvidan de ella para siempre. Ni que fuera la mejor amiga de Sandra, oye. La cuarta trama es la de una profesora de inglés que da clases particulares a Sandra y, de pronto, cuando a la película le conviene, se transforma en su mentora y protectora. En cuanto lo hace y le ayuda a superar sus problemas con David, sale de la película y a nadie le importa. Impresionante, ¿eh? El juego del ahorcado sí que sabe como tratar al espectador como un ser inteligente. Cuando una trama deja de servir como excusa argumental, nos la quitamos de encima sin dar más explicaciones. Venga, por qué no.

Rebelde sin causa II: Sin camiseta es más rebelde

Los personajes de El juego del ahorcado son, simplemente, los personajes peor construidos que podamos ver en una sala de cine hoy por hoy. Quiero decir, no puedes crear a un personaje con buen corazón y sensibilidad y media hora después hacer que tenga sexo no consentido con su novia en la fábrica donde la violaron un par de meses antes (lo juro, aun quiero encontrar a alguien que me explique el por qué de esta escena: Los dos llegan a la fábrica, ella está en estado de shock y él decide que la mejor idea para que supere sus –pocos, muy pocos- miedos de una vez por todas es volver a violarla. Tú sí que sabes, David). Vamos, sensibilidad la justa, ¿eh? Por no hablar de que la pareja es absolutamente inestable. ¿Un motero macarra y una estudiante inteligentísima? Quizá en una comedia de enredo en plan Ni contigo ni sin ti, pero en una película supuestamente dramática queda irreal, patético y con un interés paupérrimo. El personaje de Clara Lago sí está mejor construido, pero no puede ser que un personaje fuerte sea violado y le importe lo mismo que haber comprado un kilo de patatas esa misma tarde y le hayan dado mal el cambio. Por no hablar de que sus decisiones terminan siendo absurdas (¡el final en Irlanda, por dios!), aunque esto sea un continuo fluir a lo largo del filme. Sandra está empezando a ser violada por su novio y amigo de toda la vida cuando entra su amable y cariñoso padre preguntando si está sola. Ella dice que sí y, minutos después, les pilla dándose besitos. El padre, amable y simpaticote, pega un bofetón a su hija y amenaza de muerte al novio. A eso se le llama “coherencia”, señores. Y lo mismo ocurre con todos los personajes del filme, que cambian de personalidad según lo necesite la historia (llámalo historia, llámalo cosa).

A decir verdad, no se puede decir que Clara Lago realice un buen papel. Sería mentir vilmente. Su actuación es normalucha, sus expresiones parecen sacadas del best-seller Cómo imitar a una piedra y no morir en el intento y ni siquiera se preocupa en entender al personaje (ni falta). Con todo, sin duda es la mejor actuación del filme, y es que jamás antes había visto una película en que la sala al completo se riera tan abiertamente de la actuación de uno de los protagonistas. Alvaro Cervantes eclipsa totalmente a Lago, mostrándonos una actuación plana, vacía, consistente en poner morritos de macarra, besar sin ganas y hacer como que tiene un orgasmo cuando le toca. Tan vergonzante que uno no termina de entender qué demonios hace su nombre entre los nominados al Goya a mejor actor revelación (en general uno no entiende nada de los Goya, pero en este caso aun menos). Los actores adultos más o menos cumplen (con excepción de los profesores, que parecen estar leyendo lo que dicen por primera vez de un letrero cercano), pero en general todos los actores adolescentes parecen sacados de un programa de integración para discapacitados mentales. Y no se salva ni uno: Ni Olga (mención especial a la discoteca, donde se nos muestran algunos de sus peores momentos), ni David (sus frases, del estilo a “No le rayes, tronca, que a ella no le molan las pivas” no ayudan demasiado), ni Sandra. Sus actuaciones se nos olvidarán tan pronto como salgamos de la puerta del cine. La próxima vez que las veamos será porque nos están proyectando el filme en el infierno para pagar por nuestros pecados.

Así éramos en los 90. O al menos teníamos las mismas gafas de sol ridículas.

Y quizá la incoherencia de las tramas, las actuaciones chusqueras, los personajes desfigurados y la dirección insegura de Manuel Gómez Pereira (que hace doce años triunfaba con comedietas de chorizo y pandereta como Todos los hombres sois iguales y ahora intenta seguir con el mismo estilo pero adaptado al siglo XXI, como intentó hacer en la terrible Reinas) no fueran tan importantes si no contaran con tan descarado número de desnudos gratuitos. Vamos, que si en vez de “Suspense”, “Drama” o como quieran vender la película pusieran “Erótica”, no me sorprendería lo más mínimo. Y es que Clara Lago, la niña de El viaje de Carol, parece haber decidido que la ropa pica y molesta y está mejor sin ella, que para algo tiene 18 años recién cumplidos. Sinceramente, para esto, mejor se había ido al Interviú. Su primer desnudo es coherente: Delante de un espejo, explorándose a sí misma tras la violación. Oh, todos lo aplaudimos. Bravo, que sutil manera de introducirnos un par de tetas en la historia. La segunda vez nos las encontramos en pleno polvo con el colega David. Las otras doscientas cuarenta, ni lo sabemos muy bien, ni nos importa. La cosa es que Lago parece estar más cómoda desnuda que vestida. Lo raro es que no haga las escenas de colegio en pelota picada ni vaya por las calles de Gerona sin sujetador. Al final de la película, cuando le vemos el pecho por infinitésima vez, tampoco me hubiera extrañado demasiado. Y, entre ustedes y yo: Tampoco es que sea bonito precisamente. Y, ya de paso, él se podía haber depilado un poco las piernas y el culete, que hacía tiempo que no veía un desnudo masculino tan feo en pantalla grande (desde Batalla en el cielo, probablemente).

El juego del ahorcado (que, por cierto, hace referencia a un jueguillo de “adivina la palabra” al que David y Sandra juegan y del que ni explican las reglas, ni falta que hace) comienza con David, de niño, pegándose el golpe de su vida al estampar su bici contra una pared de ladrillos. Ni queriéndolo habría encontrado una mejor metáfora para definir el filme: Una bicicleta que se cae cuesta abajo sin frenos y contra una pared de ladrillos. Y nosotros, los sufridos espectadores, somos los que vamos a recibir el golpe. A mi aun me duele.

Estrellitas: *
Lo mejor: Que gracias al pase de prensa pude ahorrarme el dinero de la entrada. Eh, ni tan mal.
Lo peor: Que este año filmes como Dragon ball Evolution y Street Fighter luchan por quitarle el puesto de peor película del año. Y miren que he visto La semilla del mal
Para: Masoquistas, pajilleros y gente de mal vivir en general.

¡Mañana sí que sí, charlamos sobre los Oscar!