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007: Quantum of solace (iba a hacer el chiste, pero para qué)


Cada vez que sale una película de James Bond, las revistas sacan su fabuloso (es un decir) catálogo de frases prefijadas y topiquísimas y comienzan con la perorata de siempre: “[Quien sea Bond] es, sin duda, el mejor Bond de la historia con permiso de Sean Connery” (hay que meter por el medio SIEMPRE a Sean Connery, aunque no venga a cuento, para demostrar que hemos visto películas suyas), “La nueva película no traiciona a James Bond pero a la vez innova” y, sobre todo, mi favorita: “Esta es, posiblemente, la mejor entrega de 007”. Tengo la teoría de que la gente normal –así que no digamos los críticos de cine- se olvida tan pronto de las películas del agente que la actual siempre es la mejor. Uy, qué novedoso, una persecución en la que gana Bond. Uy, qué inesperado, Bond pegando un tiro al maloso ruso checo-croata de turno. Jo, este es el mejor Bond de la historia. El problema llega cuando una película de la saga innova realmente y deja en pañales a las demás con una clase y un estilo visual inéditos hasta ese momento. Casino Royale fue esa película, y dejó unas expectativas altas (demasiado altas) para su secuela. Y así le ha ido. Quantum of solace es, probablemente, uno de los Bonds más aburridos desde que Pierce Brosnan se puso el traje, pero no nos llamemos a engaño; tiene los elementos básicos que tiene que tener una película de 007: Chicas, glamour y explosiones aparatosas que podrían haberse evitado. ¿Que cómo es posible entonces que diga que es una película aburrida? Bueno, sigan leyendo. Sigan, sigan.

El gran problema de Quantum of solace es que no sabemos si estamos viendo ésta o The Bourne democracy, o como se vaya a llamar lo nuevo del desmemoriado. Me explico: Los movimientos de cámara están sacados de la saga Bourne, las escenas entre medias parecen más una escena de dicha saga con un skin de James Bond para aparentar, las secuencias de acción usan ideas que casi rozan el plagio… Y, pese a todo, me gustan las novedades Bournianas. James Bond ha dejado de ser un tipo de hierro forjado, un superhéroe sólo comparable con Superman y Jack Bauer. Este 007, como el de su predecesora, recibe en el carnet de identidad, el pasaporte y hasta el Tuenti. Y la sala en general disfruta viéndole apalizado por sus enemigos y a punto de morir. Más que nada porque sabemos perfectamente que Bond jamás morirá (o, al menos, no hasta que hayan agotado todas las nacionalidades extranjeras para los malos y se vean obligados a repetir) y al final se levantará, cogerá la metralleta que, oh casualidad, estaba ahí al lado, y acribillará a su enemigo como es debido. Así que por nosotros que no quede, oigan. Que le zurren, que le dejen el ojo morado. Ese es el 007 que todos queremos.

James Bond es humano, a la porra mi sistema de creencias

…O que todos queremos en parte, vaya. Y es que no sirve de nada darle realismo al personaje si luego le ofreces un equipamiento que ni en Minority report. O sea, vale que Bond tenga bolis-micrófono, chicles explosivos y demás artilugios. Pero por dios. Lo que esta vez le ofrecen es de juzgado de guardia: Un Nokia con una cámara que, aun fotografiando a medio kilómetro, es capaz no sólo de sacar una foto nítida, sino de analizar los rasgos faciales del tipo al que has sacado la foto (¡aunque esté cubierto!), decirte quién es, qué ha hecho hasta ahora, sus maldades, su talla de zapato y dónde le gusta ir de juerga. Vamos, que no te sirve el té y te hace un masaje en los pies porque lo reservan para la próxima peli. Por no hablar de las pantallas táctiles gigantes con cientos de datos perfectamente usadas (ni un error tiene el chico) por un marine que tiene pinta de saber de informática lo que yo de armarios empotrados. Que elijan de una vez: O un Bond clásico o un Bond salido del mundo de Beakman, pero una mezcla entre los dos no, por favor. Queda demasiado raro.

Sobre la trama, la verdad, tampoco sé muy bien qué decir, más que nada porque siempre ha sido lo de menos en la saga y porque, como tal, tiene más agujeros que un queso gruyere, mera explicación innecesaria para pasar de un corre que te pillo por los tejados de un país oriental a un montón de explosiones en un hotel en medio del desierto. Además, Bond tiene sed de venganza por descubrir quién mató a su amada (¡Si no has visto Casino Royale, ya te sabes el giro final! ¡Gracias, Cine Online!) y, por ello, se supone que es más sanguinario que de costumbre. Tonterías. Se carga a los mismos que se cargaba antes, pero con el plus de que ahora, sin motivo aparente, la saga se ha vuelto políticamente correcta.

Mezclado, no agitado, bla, bla, bla.

O sea, Bond siempre ha tenido licencia para matar. De ahí su 00. Si tuviera licencia para hacer pequeñas heridas sin importancia o para poner multas de tráfico, pues sería 017, o 034 o lo que fuera. Pero no. Tiene licencia para asesinar a sangre fría a quien le de la real gana. La cosa es que no ha debido de sentar muy bien en Hollywood y Bond es reprendido por M por cada asesinato que comete. ¿Resulta que ahora, después de 46 años, Bond no debe matar así porque sí? Venga ya. Es como pedirle a un escorpión que no pique o a Jaimito Borromeo que haga gracia. Simplemente imposible. Por si fuera poco el superarmamento hiperfuturista, encima James tiene que pelear ahora con la corrección política. Tócate las pelotas, Pedrín. Para ver a un héroe atando al malo hasta que llegue la policía en vez de matarle, me compro Spiderman y tan contentos.

Daniel Craig no lo hace nada mal, aunque no llega a ser el Bond perfecto (sigo pensando que, con buenas historias, y no con los cagarros que le dieron –Goldeneye aparte-, Pierce Brosnan podría haberlo sido sin ningún problema). Sobre el resto de actores y actrices, Judi Dench aparte (tan colosal como siempre, a pesar de que M esté por estar en la trama y no haga absolutamente nada de interés), lo mejor que se puede decir es que pasan desapercibidos. Tanto las dos chicas Bond (atentos todos al beso forzado que Bond y ella se dan al final de la cinta para que cuente en los registros como chica Bond y no como “ayudante de Bond”) como el malo producen más pena que otra cosa.

Por lo demás, la película se balance constantemente entre los momentos geniales (la secuencia de la ópera, impresionante y con un estilo propio de aplaudir) y los bochornosos (Judi Dench en pijama a punto de irse a la cama, la novia del amigo de Bond… la manía de enseñarnos la intimidad de los personajes secundarios que a nadie importan terminará haciendo que en el próximo Bond veamos a Moneypenny en el cuarto de baño trajinándose a 005. Fijo. Tiempo al tiempo), sin llegar en ningún momento a decantarse por uno de los dos bandos.

En resumen: Un 007 ajado, a años luz de sus mejores obras, que ha pasado de progresar adecuadamente (¡y con matrícula de honor!) a necesitar mejorar urgentemente. O, por lo menos, a tener que dejar de plagiar al pobre Jason Bourne.  ¿Desde cuando James Bond se ha convertido en un clon de otro personaje? Qué decepción, James. Qué decepción.

Estrellitas: **
Lo mejor
: La secuencia de la ópera, digna de revisionar varias veces.
Lo peor: Ay, me gustaba más cuando esta saga la protagonizaba Matt Damon.