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Dec 16 |
El apartamento: Y Wilder subió a las alturasNo estaba muy desencaminado Fernando Trueba cuando dijo aquella mamarrachada de “Quisiera creer en dios para darle las gracias, pero sólo creo en Billy Wilder, así que gracias, mister Wilder”. Tengo la convicción de que una persona que quiere morir a los 104 años pillado en pleno acto con la joven esposa de un marido celoso merece, como poco, la canonización. Pero si además este hombre ha rodado y guionizado las joyas más irrefutables de la historia del cine, entonces es lo más cercano a Dios que tenemos en el séptimo arte. Perdición, Con faldas y a lo loco, El crepúsculo de los dioses, El gran carnaval, Testigo de cargo o La vida privada de Sherlock Holmes son películas que cualquier cinéfilo, aficionadillo, persona, animal o cosa debería haber visto para darse cuenta de que hay límites a los que un ser humano normal jamás podrá llegar. A la maestría tras la página en blanco y la cámara de Wilder. Hoy hablaremos de una de sus películas más redondas, de una comedia romántica que, sin aportar nada nuevo al género, lo revolucionó por completo. Con ustedes, El apartamento. Sí, es cierto. Muchos dicen que, vista ahora, El apartamento resulta una película curiosa, de humor de sonrisilla, con un personaje patético que se nos hace entrañable poco a poco. ¿Pero es realmente así, o es una de esas –pocas- películas que gana con cada visionado? Solo puedo hablar por mi mismo y decir que, cuando la vi por primera vez, me enamoré por completo de C. C. Baxter, de Fran Kubelik, de la escena en que Baxter moquea, de la partida de cartas, del monólogo inicial y de la sutil historia de amor entre los protagonistas. Pero la segunda vez, me volvió loco su crítica social, su retrato de una época diferente, su pintura de unos personajes tan anónimos como mágicos. Y, cada vez que pongo el DVD en su bandeja (y fui de los que se compró la película en vetusto VHS) me asombro más y más ante la grandeza de Billy Wilder, ante las cientos de capas del filme, ante la capacidad de sorprenderme siempre con un nuevo matiz, algo de mi propia vida que veo, ahora sí, reflejado en El apartamento. Y eso es lo que hace a una obra maestra: Que nunca mires el reloj, ni toques el mando a distancia, ni juguetees con la caja de la película. Simplemente, disfrutes una y otra vez. Para quien no lo sepa, la historia cuenta las andanzas de C. C. Baxter, un oficinista que deja su apartamento por las noches a los grandes ejecutivos para que estos puedan llevar a sus amantes. Baxter está completa y absolutamente enamorado de la ascensorista de su edificio, Fran, aunque nunca hayan intercambiado más de un par de frases. Cuando, en la fiesta de fin de año, Baxter consigue un ascenso a cambio de dejar las llaves del apartamento a su jefe, descubre que es Fran la chica que le acompaña, y una nueva faceta de él crece sin darse cuenta. El final, una oda al buen gusto por parte de Mr. Wilder. La fuerza narrativa de El apartamento es impresionante, cada plano es capaz de transmitir miles de sensaciones en apenas un segundo. Por ejemplo, Baxter en el banco, resfriado, esperando a que su piso quede libre es, desde ya, una escena que merece entrar en los libros de historia del cine por su falsa simpleza y, a la vez, por todo lo que nos dice sobre el personaje: Es un ser patético, dispuesto a sacrificarse a sí mismo por un ascenso… o simplemente por su paupérrimo autoestima. Lo que millones de películas tratan de sugerir mediante complejos flashbacks, historias cogidas por los pelos y un montón de cosas fallidas, El apartamento lo logra con tan sólo un plano. Pero no es la narrativa lo más destacable en la obra. Como tampoco lo son las actuaciones, a pesar de que Jack Lemmon haga uno de los grandes papeles de su vida (los otros serían el de alcohólico empedernido en Días de vino y rosas, el de El síndrome de China y, cómo no, de travestido contra su voluntad en Con faldas y a lo loco), de que Shirley MacLaine realice su interpretación más recordada (con el permiso de Irma la dulce) y de que el resto de los secundarios cumplan su función más que notablemente, sabiendo que el peso real de la película recae sobre la pareja de oro: Lemmon y MacLaine. Lo más destacable de El apartamento, como en cualquier filme de Wilder, son sus chispeantes diálogos, llenos de fuerza, arrojo, garra e ironía como ningún otro ha demostrado tener en Hollywood nunca. Para muestra, el monólogo con que se inicia el filme, quizá el arranque más potente que he tenido oportunidad de ver junto con el “Creo en América” de El padrino y el “Elige la vida, elige un empleo” de Trainspotting. Quizá no tan conocido como estos dos anteriores pero, para mi gusto, tan impactante, el monólogo, en off, nos introduce a la perfección a un personaje tan patético como Baxter, una hormiguita en medio de ningún sitio, un ser que vive por vivir, sin nada que llame su atención. Atentos, pillen todos los detalles que Wilder deja esparcidos por el texto, y hagan la prueba. Después de leerlo, probablemente ya conozcan a Baxter como si fuera de la familia. “1 de Enero de 1959. La población de Nueva York es de 8.042.783 habitantes. Si se pusieran tumbados en fila, con una altura media de 1’68 centímetros, la cadena iría desde Times Square hasta Karachi, en Pakistán. Conozco estos datos porque trabajo en una aseguradora, Consolidated Life. Somos una de las cinco mejores compañías del país. En nuestra central hay 31.259 empleados, más que toda la población de Natchez, Mississippi. Trabajo en el piso 19, departamento de pólizas ordinarias, división de contabilidad, sección W, mesa número 851. Me llamo C. C. Baxter. C de Calvin, C de Clifford. Pero me llaman Buddy. Llevo aquí tres años y diez meses, y mi paga neta es de 94’70 dólares semanales. En nuestro departamento, el horario es de 8:50 a 5:20. Cada piso tiene un horario para que 16 ascensores lleven a 31.259 empleados sin un serio embotellamiento. En cuando a mi, suelo quedarme en la oficina haciendo horas extras, sobre todo cuando hace mal tiempo”. Magistral. Sublime. El apartamento empieza aquí y va hacia arriba, hasta el olimpo que muy pocos pueden tocar: El de las obras de arte que sobrepasan el estatus de película, el de un film tan belicista en su época (¿un oficinista que deja el piso a sus jefes para que practiquen adulterio? ¿En 1960? Si creéis que no es valiente, convendría un repaso a la historia, amigos) como agradable de ver hoy en día. Me encanta esta sección de los lunes, de verdad. Da gusto ver que entre todo el mar de ponzoña que nos asola siempre nos quedará Billy Wilder. Que no será dios, pero espero que, ahora mismo, esté escribiendo un guión a cuatro manos con él. Y que sea cojonudo. Como no podía ser de otra manera con el gran maestro. Mañana, acabamos con el top de remakes chungos. 6 Responses to “El apartamento: Y Wilder subió a las alturas”Escribe un comentario |
Peliculón, sí señor. Qué grande Billy Wilder y qué guapa Shirley MacLaine.
Ramen, hermano. Ramen.
A ver si nacen unos cuantos Billy Wilder y arreglan el mundo del cine.
Mucha fe necesitamos para que suceda eso… y un público con criterio.
¡Oh, me encanta esta película! Me gustó mucho, muuuuy recomendable, sí.
Malditos seais, Randy, usted y sus recomendaciones cinéfiles de calidad. Otra película más marcada que tardaré años en ver.